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Minga 1992

500 AÑOS DE INSPIRACIÓN

 

Han pasado quinientos años,
quinientos soles y lunas
desde que los vientos llevaron velas extrañas
a abrazar las costas de un mundo nuevo.

 

Un mundo que no necesitaba ser descubierto,
porque ya estaba vivo,
palpitando en el ritmo de los tambores,
en el susurro de los ríos,
y en la lengua del jaguar y el cóndor.

 

500 años de inspiración,
de encuentros y desencuentros,
de lágrimas que fertilizaron la tierra
y cantos que, aun en el dolor, no dejaron de alzarse.

 

Aquí, donde el maíz contaba historias
mucho antes de que el acero rompiera el horizonte,
nacieron civilizaciones que tallaron su grandeza
en las piedras y en las estrellas.

 

El descubrimiento no fue solo llegada;
fue choque, herida, pero también transformación.

 

De las cenizas de los imperios caídos
surgió un continente de mil rostros,
mezcla de sangres, voces y sueños.

 

Somos hijos del fuego y del agua,
de la resistencia que no se apaga
y de la creatividad que nunca cesa.

 

Quinientos años no son una carga,
son un legado que vibra en nuestras manos,
en cada poema, en cada pincelada,
en cada acorde que suena desde los Andes al Caribe.

 

Nos inspiramos en la fuerza de quienes no cedieron,
en la sabiduría de quienes tejieron sus historias
en los tejidos de colores infinitos.

 

Hoy, 500 años después,
miramos hacia atrás, no para lamentar,
sino para recordar y aprender.

 

Porque la inspiración no se halla solo en lo que fue,
sino en lo que podemos ser:
un continente que honra su diversidad,
que abraza sus raíces
y florece con la fuerza de su historia.

 

500 años de inspiración,
de luchas y renacimientos,
de heridas que cicatrizan y sueños que se alzan.

 

Aquí seguimos, América,
cantando con tu voz,
construyendo con tus manos,
y recordando que en tu suelo habita no solo el pasado,
sino la promesa del mañana.

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